
Cuatro historias impares
1 – Flâneur Sin duda era un hombre lleno de firmes convicciones y leer en una terraza a pesar del frío invernal obligaría a la primavera a llegar antes. Su fe se cimentaba en la imagen de la Virgen María y entre los huecos integraba ciertas ideas sobre el

Corolario
La quinta raza es la actual de hierro, indignos descendientes de la cuarta. Son degenerados, crueles, injustos, maliciosos, lujuriosos, malos hijos y traicioneros. No estaba buscando trabajo y vivía del poco dinero que tenía ahorrado. Solía trabajar un año completo e intentaba gastar lo menos posible ahorrando prácticamente la

Los ojos pálidos de Ainielle
Era alta y delgada y tenía el pelo negro. Por aquel entonces, había decidido cortarlo y le caía sobre los hombros, no más abajo. Cuando era pequeña, su madre siempre se lo cortaba aun más corto y casi siempre parecía un niño, sobre todo de espaldas. Echaba de menos

Fe ciega
Plaza Trascorrales, Oviedo, Asturias (Spain) Sentados uno frente al otro en aquel bar oscuro y desgastado, Carlos observaba lo que hacía Chloe, su mano se movía suave sobre los edificios de una escondida plaza de la ciudad en la que se habían conocido. Había decidido pintar aquel sitio porque

DORADAS MANOS INDÍGENAS. PARTE III.
Nada dorado puede permanecer. Telma soñaba en una cama de la cuarta planta del hospital y Elena siempre estaba allí. Pasó los días del ingreso mirando las gotas de lluvia que resbalaban por la ventana. Había nacido en un pueblo pequeño del norte de Nicaragua y escapó de allí cuando

Doradas manos indígenas. Parte II.
Ingrid Bergman en Stromboli. Aprovechó la media desnudez de la masturbación y la convirtió en desnudez. Caminó descalza sobre la cálida moqueta y al llegar al baño, las frías baldosas le hicieron estremecerse y por primera vez en la mañana notó una sensación de desagrado. Casi de asco. […] Eligió la

Doradas manos indígenas. Parte I.
El interior nácar de las cosas. Despertó de un sobresalto. La luz no entraba por la ventana; unas gruesas cortinas a juego mantenían la habitación en penumbra. La dura cama era perfecta y aquel vendedor calvo y sudoroso de la tienda del centro era bastante competente. Se sentó en la

Sibila
(No es la primera vez que Ricardo Neftalí nos deleita con sus escritos. Hoy, una vez más, aquí está para nuestro placer. Gracias Maestro) Normalmente era por la tarde y Jean-Luc estaba sentado en el suelo del salón dando la espalda al gran ventanal del estudio. Podía pasar horas en